lunes, 9 de noviembre de 2009

RASCACIELOS



















Construir el edificio más alto del mundo es y ha sido un sueño quiméricamente anhelado por hombres de muy diversa naturaleza. Un sueño romántico que nos aleja del suelo, gracias al cual, la técnica de la construcción ha ido avanzado, intento tras intento y récord tras récord. El origen de esta necesidad humana de superarse constantemente y construir altísimos edificios se encuentra recogido en el relato bíblico de la confusión de las lenguas, más conocido como la historia de la Torre de Babel. Vayamos al capítulo 11 del Génesis:

“Al desplazarse la humanidad desde Oriente, hallaron una vega en el país de Senaar y allí se establecieron. Entonces se dijeron: “Vamos a fabricar ladrillos y a cocerlos al fuego”. Así el ladrillo les servía de piedra y el betún de argamasa. Y después dijeron: “Vamos a edificar una ciudad y una torre con la cúspide en los cielos”. Bajó después Dios a ver la ciudad y la torre que habían edificado los humanos y dijo: “He aquí que todos son un solo pueblo con un mismo lenguaje, y este es el comienzo de su obra. Ahora nada de cuanto se propongan les será imposible”.
Pero, ¿estamos ante un hecho histórico?, o simplemente ante una leyenda. Los historiadores no dudan en respondernos: la Torre de Babel fue construida realmente. ¿Dónde debemos, por tanto, buscarla?.

El relato bíblico nos da la primera pista:

“Al desplazarse la humanidad desde Oriente, hallaron una vega en el país de Senaar”.
Teniendo en cuenta que Senaar era la llanura comprendida entre el río Tigris y el río Éufrates, es fácil averiguar que la torre deberíamos buscarla en Babilonia que es a la vez el nombre de una ciudad y el de una región, que en la época prehistórica se llamó Ubaid o El Obeid. Como región, el norte de Babilonia se llamó Akkad y el sur de Babilonia, se llamó, Sumer. Akkad fue habitada por la cultura “acadia” y “Sumer” por la “sumeria”.

Como ciudad, Babilonia fue refundada por los “acadios” y recibió el primer nombre de Bab-ilim, la Babel bíblica, traducción de un anterior nombre “sumerio” que significaba “puerta de Dios”, lo que nos lleva también a volver al relato del Génesis: Dios bajó a esa ciudad y vio en ella la torre que habían construido los hombres. La ciudad alcanzó su esplendor en tiempos del rey Hamurabi, sexto rey de la Primera Dinastía de Babilonia, que vivió entre los años 1.792 y 1.750 antes de Cristo.

Para seguir en nuestra investigación sobre la Torre de Babel y una vez situada en el tiempo debemos solicitar ayuda al historiador griego Herodoto de Halicarnaso, que nació hacia el año 500 antes de Jesucristo, el llamado “padre de la Historia”, incesante viajero que visitó Asia Menor, Persia, Arabia, Egipto y Cirene y escribió una Historia en nueve volúmenes de lo sucedido en el mundo hasta ese momento. Herodoto, en su primer libro se refería así a Babilonia:

“En medio de cada uno de los dos cuarteles en que la ciudad se divide, hay levantados dos alcázares. En uno está el palacio real, rodeado de un muro grande y de resistencia, y en el otro un templo de Júpiter Belo con sus puertas de bronce. Este templo, que todavía duraba en mis días (cinco siglos antes del nacimiento de Jesús), es cuadrado y cada uno de sus lados tiene dos estadios. En medio de él se ve fabricada una torre maciza que tiene un estadio de altura y otro estadio de espesor. Sobre ésta se levanta otra segunda torre, después otra tercera y así sucesivamente hasta llegar al número de ocho. Alrededor de todas ellas hay una escalera por la parte exterior y en la mitad de las escaleras un rellano con asientos, donde pueden descansar los que suben. En la última torre se encuentra una capilla, y dentro de ella una gran cama magníficamente dispuesta, y a su lado una mesa de oro”.

Por los documentos históricos sabemos que la Babel bíblica es en realidad la ciudad de Babilonia, situada entre los ríos Tigris y Eufrates. Si bien la ciudad alcanzó su esplendor entre los años 1.792 y 1.750 antes de Jesucristo, coincidiendo con el reinado del rey Hammurabi, la Torre de Babel debió de ser construida, formando parte de un recinto religioso en honor al dios Marduk, en época del rey Nabuconodosor I, entre los años 1.124 y 1.103 antes de Cristo. Cinco siglos después, otro rey del mismo nombre, Nabuconodosor II, restauró el citado templo y las construcciones que lo componían, hecho que posiblemente permitió que unos 125 años después el historiador griego Herodoto de Halicarnaso, nos describiese la impresionante torre con las siguientes palabras:

“En medio del templo se ve fabricada una torre maciza que tiene un estadio de altura y otro de espesor. Sobre ésta se levanta otra segunda, después otra tercera y así sucesivamente hasta llegar al número de ocho”.
La diferencia principal entre estas torres mesopótamicas y las más conocidas pirámides de Egipto hay que buscarla en los materiales con que están construidas. Mientras que en las pirámides se utilizaron enormes bloques de piedra perfectamente escuadrada, en la construcción de las torres de Babilonia se empleaba únicamente ladrillo cocido y betún como aglomerante.

De esta manera se recoge la técnica en el capítulo XI del Génesis:

“Vamos a fabricar ladrillos y a cocerlos al fuego. Así el ladrillo les servía de piedra y el betún de argamasa”.
En la actualidad, las ruinas de Babilonia se extienden por una zona de 850 hectáreas. En tan enorme extensión de terreno se han excavado palacios, templos, calles, murallas y los restos de grandes torres escalonadas formadas por una superposición de pirámides truncadas en cuya coronación se ubicaba un templete, con la gran imagen del Dios al que estaban dedicadas cada una de ellas. Estas torres reciben el nombre de Zigurat, palabra que derivaría de un verbo babilonio que significaría “sobresalir”.

La doctora Ana Mª Vázquez Hoys, profesora titular de Historia Antigua del Departamento de Prehistoria e Historia Antigua de la Universidad Nacional de Educación a Distancia, en su magnifico libro “Próximo Oriente y Egipto”, nos dice que la más famosa de esas torres, sea tal vez la llamada “Etemenanki”, cuya traducción sería en sumerio “Casa fundamento de Cielo y Tierra”, es decir: la Torre de Babel, aquella que quisieron los hombres levantar para alcanzar el cielo. Esta torre constaba de un núcleo previo de ladrillo sin cocer, recubierto de un manto de ladrillo cocido de 12 metros de espesor y 92 metros de lado.

Según una tablilla fechada en el año 229 antes de Cristo encontrada en el año 1.876, la torre de Babel tendría una altura total de 90 metros, lo que la equipararía con un edificio actual de 30 pisos de altura.

La torre estaba divida en 7 cuerpos superpuestos. El primero de 33 metros de alto; el segundo de 18; los pisos tercero, cuarto, quinto y sexto, 6 metros cada uno y, finalmente, el último piso que subiría 15 metros más.

La orientación y dimensiones de cada una de las plataformas se habría trazado según complejas combinaciones astrológicas. El total de los ladrillos utilizados sería de unos 85 millones de unidades y según Herodoto, a su coronación solo tendría acceso el mismísimo Dios:

“En la última torre se encuentra una capilla, y dentro de ella una gran cama magníficamente dispuesta, y a su lado una mesa de oro. Y dicen los Caldeos que viene por la noche el dios y la pasa durmiendo en aquella cama”.
Termina el génesis diciéndonos que bajó Yahvé a ver la ciudad y la torre que habían edificado los humanos y dijo:

“He aquí que todos son un solo pueblo con un mismo lenguaje, y este es el comienzo de su obra. Ahora nada de cuanto se propongan les será imposible. Ea, pues, bajemos, y una vez allí confundamos su lenguaje, de modo que no entienda cada cual el de su prójimo”.

Y en eso estamos, por mandato divino, destruyendo lo que nos une y ensalzando lo que nos distingue. Quizá, algún día, lejos de fanatismos, podamos, al fin, construir un mundo mejor para nuestros hijos.

Luis Cercós (LC-Architects)
http://www.lc-architects.com/