sábado, 2 de julio de 2011

Regreso a la cima, de paso por los infiernos

Aparte de sobre las canchas de voley en donde un día soñé que jugaría partidos importantes que nunca llegaron, también he sido feliz dentro de las pistas de tenis en las que he organizado mis pachangas. No se trata de jugar bien o de jugar mal, sino de enamorarte de un deporte que se juega sobre una pista relativamente pequeña y con unas reglas sencillas.

Rafael Nadal es una de las personas a las que sigo. Me cae bien y me gusta, de vez en cuando, volver a leer sus records y recordar sus victorias. Me relaja entre trabajo y trabajo. Me distrae entre preocupación y preocupación.

Hoy, cansado como estaba, he decidido no trabajar mucho, leer el periódico, hacer la compra de la semana (algo de fruta, un poco de fiambre, líquidos para beber, café y un poco de pan), prepararme un pequeño bocadillo y disfrutar, como aperitivo del partido de mañana, con la final femenina de Wimbledon’11. Ha ganado la checa Petra Kvitova, pero mi admiración y mi simpatía es para una joven veterana nacida en el año 1987 en la lejana e inhóspita Siberia, consecuencia directa del hecho de que sus padres, de origen bielorruso, huyeran de la zona de influencia del accidente nuclear de Chernóbil, a solo 300 kilómetros de su antigua residencia.

Con solo 7 años debía de jugar ya como los ángeles, pues fue descubierta a esa edad por Martina Navratilova. La campeona checa convenció a sus padres para que apostarán por la carrera deportiva de su hija y dos años después, María Sharápova se fue a los Estados Unidos para incorporarse, en calidad de alumna de tiempo completo, en la Nick Bolletieri Tennis Academy de IMG.

6 años después, ganó su primer Wimbledon (el único en su haber hasta la fecha; pero ha jugado con la de hoy, 4 finales más de Grand Slam, de las que ha ganado dos -un Open Usa y uno de Australia-, un Máster Femenino y 22 títulos más). Aquel Wimbledon la convirtió, ayudada por su serena y absoluta belleza en una estrella mundial. Entre aquella niña y la Sharápova que hoy ha perdido su segunda final sobre la hierba de Londres, hay 7 años de éxitos y fracasos, un ascenso al número 1 que volverá en algún momento a recuperar y varios descensos a los infiernos: muy serias lesiones en el hombro, clasificaciones por detrás del número 100 del mundo, esfuerzo y vuelta a las victorias.

Maria Sharápova no es, aunque lo parezca, una modelo de pasarela. Recordando sus propios orígenes, en 2006 creó la "Fundación María Sharápova", organismo caritativo, sin ánimo de lucro, dedicado a contribuir a que niños "en situación de riesgo", de todas las edades, puedan cumplir sus sueños y en 2007 fue nombrada embajadora de Buena Voluntad del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD). Su mayor ambición, desde su fundación o ayudando a otras asociaciones públicas o privadas, es mejorar la campaña de ayuda, para las personas que aún siguen afectadas por desastre radiactivo de Chernóbil.

Ver a Sharapova en la pista es mágico, pero verla perder, moviéndose elegantemente en la derrota, cerrando su puño derecho cuando consigue un golpe que vuelve a meterla en el partido, concentrándose de espaldas a la red entre punto y punto y aceptando el triunfo de quien hoy está jugado mejor, es el ejemplo plástico de quien sabe tratar por igual a esos dos impostores que responden a los nombres de “éxito” y “fracaso”.

Luis Cercós (LC-Architects)
http://www.lc-architects.com/

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